lunes, 1 de abril de 2013


IN PRINCIPIO MUSICA
                                                                                    
            Un estudioso guatemalteco descubre por azar los dos últimos movimientos de la Sinfonía inacabada de Franz Schubert. Naturalmente, le falta tiempo para comunicar su descubrimiento a las autoridades de su país, pero ya no es que no le crean, sino que a nadie parece importarle semejante hallazgo. Nuestro hombre no se desanima y emprende un viaje a Europa, donde piensa que allí le escucharán y darán a conocer a todo el mundo una música tan hermosa como esa. Cuál no será su desilusión al toparse con la incomprensión de todos aquellos con quienes va hablando: unos recelan de un latino, otros de que una partitura nada menos que de Schubert aparezca nada menos que en un país como Guatemala. Finalmente, apenado por el ningún eco que ha tenido lo que él considera digno de ser conocido por todos los amantes de la música, retorna a su patria, y en el barco que lo lleva acepta la reflexión de uno de los viajeros, tras haber reconocido a todas luces el manuscrito como original: la gente es consciente de la maravilla que suponen los dos primeros movimientos de esa sinfonía, y les parece que ninguno que los continuasen serían suficientemente hermosos como para igualarse con los anteriores. De ahí que, en las últimas líneas, el desengañado melómano opte por tirar al océano las partituras de aquella obra maestra (Sinfonía concluida, incluido en la colección de relatos Obra maestra, Augusto Monterroso).

             En otro cuento de ese mismo libro del autor guatemalteco, que vivió en realidad casi toda vida en Méjico, un personaje importante ha organizado un concierto de piano para ser interpretado por una jovencita que es su hija. Ese hombre es un ser poderoso, y de hecho ha dado instrucciones a todo el mundo de cómo tiene que comportarse y de aplaudir y ¡ay de quien no se muestre lo bastante entusiasta de esa interpretación! Sin embargo, aun cuando hasta los periodistas y críticos suelen mencionar esas conciertos con palabras elogiosas, el hombre que ha construido un imperio y cuyo nombre nunca sabremos, reconoce no sólo que la música no le interesa ni le dice nada, sino que lamenta la afición de su hija por el piano y acaba confesándose a sí mismo que ha llegado a odiarla porque eso le coloca en una posición de debilidad ante los demás, algo por lo que no parece dispuesto a pasar (El concierto).
JAMES JOYCE
           A lo largo de toda su vida y de su obra, el irlandés James Joyce estuvo siempre muy interesado por la música. No vamos a hacer un repaso pormenorizado de la presencia de ésta en toda su producción, pero si me gustaría detenerme en ese primer libro de cuentos, tan hermosos por otra parte es decir, Dublineses. En él podemos encontrar formas muy diversas en las que aparece de una manera u otra la música. Al igual que ocurría en el relato de Monterroso, hay un cuento en el que se han preparado cuatro conciertos en Dublín, y una madre ha logrado que una organización musical incluya a su hija como pianista en todos ellos. Lo malo es que conforme se acerca la fecha de los conciertos, parece cada vez más claro que no van a ser precisamente un éxito, y mucho menos de ingresos económicos. Por esa razón, los responsables de los conciertos intentan por todos los medios cancelar alguno, y contra esas medidas se opone con todas sus fuerzas la madre de la joven, hasta el punto de que cuando llega el último y más esperado de esos conciertos se opone a que su hija toque hasta que no se le paguen las ocho guineas convenidas. Ni que decir tiene que semejante comportamiento es duramente criticado por todos (cantantes, organizadores...), por más que el marido no se atreva a decir nada, dominado como está por Mrs. Kearney, que es como se llama la buena señora, y que la hija asista a todo esos tejemanejes maternos sintiéndose en el fondo avergonzada (Una madre).

               Otra historia dentro del libro, concretamente el cuento con el que concluye el libro, es la titulada Los muertos. Tras una fiesta navideña que ha tenido lugar en una familia de buena posición, Greta, la esposa abnegada e infeliz, rompe a llorar al oír una canción popular, que tiempo atrás cantaba un joven pretendiente que no dudó nunca en no anteponer nada al amor que sentía por Greta y que, lamentablemente, murió en plena juventud. Su marido le interroga por esas lágrimas, con un cierto enfado, y cuando sabe la respuesta no puede dejar de sentir una no disimulada envidia, pero él es tan egoísta que es incapaz de comprender el sentimiento que desborda su mujer en ese llanto, precisamente porque él no ha amado a su esposa nunca así.
DE RUSIA A FRANCIA
           En otro rincón del planeta, una familia rusa intenta a toda costa que su hijo estudie violín, pensando, como tantos padres a lo largo de la historia de la literatura, que tal vez acabe por llegar a ser un niño prodigio y ellos tener el futuro resuelto. Todo tiene un regusto autobiográfico: la historia transcurre en Odessa, el chico de trece años lee a todas horas y empieza a escribir... Lo malo de ese plan, como suele ocurrir cuando se no cuenta para nada con el principal interesado, es que el chico tiene bastante más interés en escaquearse de las clases para poder jugar con sus amigos, ir al muelle a pescar o ver pasar los barcos, a las mil y una actividades típicas de los muchachos de esa edad. Como no puede ser de otra manera, el cuento termina al descubrir los padres, tres meses después, que su hijo no sólo hace novillos sino que además se gasta los rublos que le da su familia con los que tendría que pagar las clases de música, lo que ocasiona que su padre le quiera dar una buena paliza. (El despertar, Isaac Bábel).

          Por otra parte, y en un lugar muy diferente, un grupo especializado en tocar el reportorio de madrigales italianos del Renacimiento y Barroco, se dedican a dar giras por toda Europa mostrando ese delicioso repertorio. Sin embargo, en los últimos conciertos se nota la tensión entre dos de los integrantes del conjunto, que son pareja y están atravesando un momento muy delicado en su relación. Y todo ello tiene lugar justamente cuando están ensayando y llevando por los teatros y salas de conciertos madrigales de Carlo Gesualdo da Venosa, uno de los grandes nombres de ese género, autor que mató a su esposa y al amante de ésta de una forma brutal, de la misma manera a como uno de los miembros de la pareja muere a manos del otro, en paralelo a lo ocurrido al propio compositor al que interpretan (Clone, incluído en el libro de Julio Cortázar Queremos tanto a Glenda, 1980).
           En una escuela francesa empieza su último curso el profesor de música Simon, que se jubilará al llegar junio. Ha sido objeto de burlas entre sus alumnos durante años, sí, incluso entre sus compañeros, porque se muestra tímido y débil, pero eso ya parece no importar mucho ante la llegada de la jubilación. No obstante, entre sus alumnos hay un chico árabe en el que descubre asombrosas cualidades para tocar el violín. Se ofrece a darle clases particulares gratuitas, pero tiene que vencer las reticencias de la familia del muchacho. Y, pese a todo, contará con el respaldo de la madre, que le confiesa que su padre fue violinista la mayor parte de su vida, y que tuvo que dejarlo para ganarse duramente la vida y sacar adelante a su mujer y a sus numerosos hijos. La música lo era todo para él y murió creyendo que ninguno de sus descendientes tocaría su violín. En otra línea argumental, vamos enterándonos de que el profesor lleva años sin tocar su violín, porque tuvo que tocarlo obligado por los nazis que lo tenían preso como judío. Al final, todo el colegio organiza un gran festival en el que no sólo asombrará la maestría del chico árabe, sino que también su profesor, ahora que ha podido superar sus traumas, toca de nuevo su violín. Todo ello ocurre en El profesor de música, de Yael Hassán, 2004).


            Otro niño cogió su afición por la música con las canciones populares que le cantaba su tía. Y mucho años después, escribiendo sus memorias, lo narraba así: "Seguro estoy de que a ella debo el gusto, o mejor, la pasión por la música[...]. Poseía un prodigioso caudal de tonadas y canciones que cantaba con una voz dulcísima. La paz del alma de esta excelente mujer disipaba toda tristeza, [...] Tanto sus canciones me cautivaban, que no sólo he conservado en la memoria muchas de ellas, sino que aún hoy día, que casi la he perdido, algunas que tenía desde la infancia completamente olvidadas, reaparecen a medida que voy siendo viejo, con un encanto que trataría en vano de explicar. ¿Quién diriá que yo, caduco, viejo, roído por los cuidados y sufrimientos, me he encontrado algunas veces llorando como un chiquillo, al murmurar aquellos cantos con voz ya trémula y cascada?"(Confesiones, Jean-Jacques Rousseau).
LEOPOLDO ALAS, CLARÍN.
           Marcela Vidal es una modestísima cantante lírica que pertenece casi sin querer a una compañía –su madre era también cantante y su padre músico de orquesta- pero ni su facultades ni su belleza la van a llevar nunca a destacar en ningún papel, por más que una vez casi hasta gustó al respetable público interpretando a la Reina Margarita. Como espectadora de una función de ópera conoce a Feliciano Candonga, tenor con tan pocas cualidades como tiene ella, pese a lo cual ambos se enamoran y forman una familia, no sin antes haber dejado el mundo de la ópera, que no les daba más que sinsabores, pues los dos tenían al público y en su timidez no dejaban de sufrir con su reacción ante las actuaciones de ambos. En una especie de epílogo, sabremos que él ha llegado a convertirse en un importante mercader de harina en Grijota y sólo una vez más, para celebrar el nombramiento de su tío Romualdo diputado provincia,l acceden a subirse a un escenario y cantar para los vecinos de su pueblo.  Esta es la trama de uno de los escasísimos cuentos de Leopoldo Alas Clarín que tratan de un amor afortunado con un final feliz, La reina Margarita).  


           Con más talento, el poeta milanés Orazio Formi es el autor de los libretos de las óperas que triunfan en toda Italia, a las que pone música su amigo no muy dotado para la misma Brunetti. La tiple y actriz  que encarna los personajes de esas creaciones es  Gaité Provenze, de quien se va enamorando poco a poco el poeta. Brunetti le pide a ella, que es su esposa, aunque Orazio no lo sabe, que lo seduzca y consienta en lo que sea, puesto que necesitan que siga escribiendo libretos para él, pues es muy consciente de que su talento musical es muy limitado y si lo pierde perderá su trabajo e ingresos.  (Amor´ è furbo, escrito también por Leopoldo Alas, a quien le apasionaba la ópera, como lo prueba que en sus dos únicas novelas aparezcan numerosas alusiones y versos de diversas óperas, especialmente en Su único hijo, cuyo protagonista se enamora de la soprano de una compañía operística y con la que tendrá un hijo, a pesar de estar él casado previamente a esa relación y a que parece claro que, según confiesa la cantante, el niño que espera es de un tenor, no de su amante).
DE KIPLING A CHÉJOV
              En sus memorias tituladas Algo de mí mismo, Rudyard Kipling nos refiere cómo fueron sus primeros años de vida en la India, donde en las tardes calurosas el aya les cantaba a él y a sus hermanos nanas de ese país o les contaban cuentos que no olvidaron nunca. Después eran vestidos convenientemente y enviados al comedor con la advertencia de que tenían que hablar en inglés con papá y mamá. “Hablábamos, pues, en inglés, traduciendo, no sin titubeos, el idioma vernáculo de nuestras meditaciones y ensueños. Mi madre entonaba maravillosas canciones, sentada ante un piano negro, y solía asistir a cenas de gran ceremonia”. Y es que la música, las canciones y los cuentos forman una parte sustancial de los seres humanos, lo que no debe de extrañarnos que conduzca a que en países donde se prohíbe la música y hasta está penado el tener instrumentos musicales, muchas personas haya optado por enterrar su violines, heredados de padres a hijos en muchas ocasiones, en espera de tiempos mejores que permitan volver a recuperar esos tesoros que son para ellos los instrumentos musicales.


           La música sirve para proporcionar felicidad al hombre, para hacerle llorar o sonreír con el recuerdo de una melodía, para evocar un amigo o una situación, pero también puede ser usada, tangencialmente, para provocar la risa. Por una parte, tenemos el ejemplo de El amor a un contrabajo, un cuento de Antón Chéjov, en el que un músico baja al río a bañarse y al volver a la orilla se da cuenta de que le han robado la ropa. La trama se complica cuando debajo del puente en el que se ha refugiado llega una joven a la que también han robado sus ropas. El contrabajista le propone que se meta en la una de su instrumento, cosa que ella hace. Pero en el camino él cree ver a los ladrones y mientras los persigue dos músicos compañeros suyos se llevan la funda del contrabajo, pensando que se le ha extraviado. Y al volver sin haber podido recuperar sus ropas se encuentra que tampoco está la funda. En la sala donde iba a ser el concierto la sorpresa es mayúscula cuando abren la caja y al final del cuento se habla de cómo en el puente se oye por la noche música de contrabajo y que a veces se ve a un extraño tipo peludo y en cueros. Hay que disculpar al auto ruso que el relato se agote en su mismo final, pero es preciso añadir que se trata de una historia de las primeras que iba escribiendo todavía con el pseudónimo Antosha Chejonte,  antes de encontrar ese estilo inimitable y certero que lo lleva a ser uno de los grandes narradores de la literatura.
MECENAS TACAÑOS
           Por otro lado baste pensar en dos ejemplos sacados en esta ocasión de la propia historia de la música. El más conocido es el de Joseph Haydn, el célebre compositor austriaco que ideó una pieza (La sinfonía de los adioses, la número 45 de su catálogo, para ser exacto) en la que para protestar porque los músicos fueran traídos de sus vacaciones de forma inesperada para tocar ante el noble que los pagaba, Haydn creó una obra en la que al final de la misma iban yéndose los músicos apagando su vela y recogiendo su partitura, hasta no quedar ninguno. Para ser que el príncipe Nikolaus Esterházy entendió el mensaje y les permitió regresar junto a sus familias a disfrutar de sus vacaciones.  
        Y con un propósito no muy diferente tenemos el caso de los músicos del Renacimiento.  No son pocos los que se tienen que buscar un mecenas más serio a la hora de pagar. El cardenal Arsenio Sforza - que olvida pagar a sus músicos pero no pagar una fortuna por un papagayo que supiera recitar el Credo-  es uno de ellos, para el que Josquin Desprez compone  la misa La sol fa re mi, en la que parece utilizar un fragmento del Kyrie Cunctipotens, pero que en realidad repite una y otra vez las transmutación solfística de Lascia fare a me (Déjame hacer a mí), frase con la que el cardenal acostumbraba a despedir a los pedigüeños. en parecida circusntancia otro señor decía "Mírese", y un músico ya cansado le aconsejó: "No entone tanto el mi, Cante el fa: Fágase". 
      El rey Luis XII no debía ser mucho más puntual con la paga y Josquin le dedicó un exquisito arreglo de una conocida canción popular, Adieu mes amours, retocando su texto. "Adiós, amor mío. Adiós hasta la primavera. No sé de qué viviré. ¿Viviré del viento, si el dinero del Rey no llega a menudo?" Y con otra sencilla canción atendió los ruegos del monarca que insistía en querer cantar con sus músicos, aun teniendo escasas facultades para ello. Guillaume se va chauffer es el título de una canción, que tiene el tenor marcado como vox regis y formado por una sola nota repetida machaconamente con todo el texto.
        

DOS VIOLINISTAS
         Vikram Seth es un escritor indio que no ofreció  una hermosa novela titulada Una música constante, cuyo protagonista es el segundo violín de un conjunto de cámara. Uno de los nudos narrativos más importantes es el intento de recuperar un viejo amor, en la piel de una mujer que está empezando a perder la vista, y que asiste horrorizada a sus conciertos para clave de Bach al temer que el público noto esa pérdida. Sin embargo, a mí me gusta también la relación que el músico tiene con una mujer ya mayor que le ha prestado su violín del siglo XVIII, nada menos que un Amati, y que al final de la novela, en un rasgo de generosidad, le regala en su testamento, ante la perplejidad de sus herederos. En todo caso, las escenas de los ensayos, de los sentimientos que produce tocar la música o escucharla tocada por otros o ver cómo los demás reaccionan ante la interpretación de una determinada melodía muy pocas veces han sido tratadas con tanta hermosura, profundidad y emoción.
        En una curiosa novela de Enrique Vila Matas - y no sé si existen o no las dos creaciones que en ella se citan, aunque eso poco importa, la verdad - , se habla de una película de un tal Jacquot adaptando un relato incompleto de Dostoievski: la historia de un joven violinista de provincias que convencido de tener un don excepcional como músico deja su ciudad natal para conquistar la capital, pero no encaja en ninguna de ellas, lo que le lleva a no querer trabajar con ninguna para no tener que compartir su talento ni con las mejores orquestas del país. Se considera el mejor violinista del mundo y pasea por las calles de París – supongo que el narrador ruso situaría a ese joven en Moscú o en San Petersburgo-  mirando con engreimiento y envidia los carteles que anuncian conciertos musicales en la ciudad y acaba no teniendo más remedio que chulear a una pobre criada (Anna Karina). Ella lo ha acogido en su habitación porque se ha enamorado de él, no del arrogante músico provinciano sin trabajo sino del patético y pobre diablo que ha encontrado dando tumbos por la ciudad diciendo que es el mejor violinista del mundo (París no se acaba nunca, 2003).   
MÚSICA EMBRIAGADORA
      No pocas veces la música produce un efecto casi hipnótico en quien a escucha. Así, por ejemplo, Sapo y Ratón, dos de los protagonistas de esa joya que es El viento en los sauces (Kenneth Grahame, 1908) buscan a un cachorro de nutria que se ha perdido y su madre está buscándolo desesperadamente por todo el bosque. En un punto recóndito de éste, los dos amigos empiezan a escuchar una música que los atrae sin remedio. Y en un recoveco se encuentran con que el pequeño animal está dormido, acunado por la embriagadoras notas que salen de la flauta de Pan, que está junto al cachorro. Cuando se lo llevan a la madre, ni Sapo ni Ratón son capaces de recordar con exactitud lo sucedido en aquel espacio, lo único que tienen claro es que había algo superior a sus fuerzas que los condujo a ese lugar sin poder evitarlo.
        Otro tanto ocurre en Canto de amor triunfante de Iván Turguéniev. A la joven esposa le han suministrado una especie de bebedizo que, cuando llega la noche, al dar comienzo una singular melodía que se extrae de un extraño violín traído de lejanas tierras, ella acude como sonámbula al jardín de su mansión a encontrarse con el amigo de su esposo que ha venido desde Asia tras varios años ausentes, en un viaje que hizo una vez que no pudo casarse con ella. Pero también él acude a esa peculiar cita en una suerte de estado hipnótico. No sabremos lo que hubiera ocurrido si esos encuentros se hubieran repetido más veces, porque lo cierto es que el marido descubre esa salida y  al ver que desde ese momento su mujer pierde la alegría, averigua la raíz de ese estado y, finalmente, clava su hermoso puñal en el costado del que años atrás fue su mejor amigo. Que pese a todo se irá de la mansión encima de un caballo, pálido y sin fuerzas sí, pero aparentemente vivo, seguramente por mediación de un sospechoso criado que trajo de sus viajes y que tal vez fuera también quien tocase el violín.

          Y lo mismo pasa en Leyenda de las dos discreta estatuas, de Washington Irving, relato incluido en su Cuentos de la Alhambra. Sanchita es la hija de un pobre mercader y buen guitarrista y cantante de canciones populares. Descubre un amuleto y esa noche, mientras la vida y el tiempo se ha paralizado, ella puede hablar con una princesa cristiana secuestrada por los árabes de Granada. Lo curioso del caso es que esa joven hermosa tiene una lira mediante la cual logra tener dormido a su gurdián, de modo que puede conversar con Sanchica y darle las indicaciones de dónde se encuentra un valioso tesoro y pedirle que dedique parte de él, una vez que su padre lo saque sin darle cuenta a nadie, a decir misas por la salvación de la princesa cristiana.


SCHUBERT Y BEETHOVEN COMO INSPIRACIÓN
           La muerte y la doncella es un célebre cuarteto de Franz Schubert cuyo título usa igualmente el dramaturgo chileno Arel Dorfman para uno de sus dramas, que unos años después adaptaría al cine nada menos que Roman Polanski. Pues bien, la historia se centra en la vida de una mujer, Paulina, que intenta llevar una vida normal, pero desde el primer momento intuimos que algo en su pasado la tiene inquieta, algo que no está muy claro que su pareja Gerardo sepa. Ese algo es nada más y nada menos que tiempo atrás fue torturada por Roberto,  torturas que se llevaban a cabo con la música del cuarteto de Schubert como acompañamiento. Y aquella música maravillosa creada para el disfrute del ser humano y que también recogía las angustias del joven músico vienés, pasa aquí a convertirse en un sonido asociado al miedo, al dolor, a lo peor del ser humano.  Sabíamos que los nazis apreciaban las bellas composiciones de Mozart, Bach y tantos otros, lo que no les impidió cometer crímenes atroces. Pues otro tanto le pasa a Roberto, de manera que a todos cuantos amamos la música nos preguntamos por qué esos sonidos que nos elevan a lo más alto no fueron suficientes para evitar que algunas personas se convirtieran en verdaderos monstruos. ¿Y qué haríamos si pasado el tiempo nos encontráramos con la voz de quien nos torturaba - y cuyo rostro nunca pudimos ver -  o cómo afrontar la vida cada vez que sonara la sublime música de Schubert?

      Pero a veces es que los músicos tampoco son lo que se dice un buen ejemplo. Basta pensar en el caso de Richard Strauss, figura clave en la música operística de las primeras décadas del siglo XX, por no hablar de sus poemas sinfónicos o sus inolvidables canciones. Para empezar, en el caso que nos ocupa, firmó un manifiesto contra Thomas Mann, el futuro ganador del premio Nobel de literatura, lo que motivó que éste y su numerosa prole tuviera que escapar de Alemania con el ascenso de los nazis al poder. Años después, uno de sus hijos, Klaus Mann, también escritor, acude a Europa como corresponsal de guerra y recién acabada ésta visita el castillo del Führer y está presente en la única entrevista con Hermann Göring. En Munich se pone en contacto con Strauss y éste accede a una entrevista. El anciano compositor se queja del trato de las autoridades, que pretendían llenar su casa de refugiados, aunque había vivido a cuerpo de rey.  Strauss añade que su nuera fue la única judía libre de toda Alemania. Por si eso fuera poco, se queja de que no le habían dejado cazar y que le prohibieron sus paseos a caballo. Klaus Mann, rechaza la invitación para quedarse a comer con el siguiente comentario: “Un hombre tan grande, ¡y sin grandeza!”.
        En una asombrosa novela corta Lev Tolstoi describe en primera persona la vida, creencias y evolución mental de un hombre adinerado que va a narrar las causas que le llevaron a matar a su esposa. Sería muy largo explicar las minuciosas lucubraciones y los meandros por los que se mueve  el pensamiento de ese hombre. Lo que nos interesa en este caso es la interpretación que hace su esposa y un notable violinista de La Sonata a Kreutzer de Ludwig van Beethoven, que de paso da título a toda la narración. Él sospecha que está surgiendo un idilio entre los dos, por más que tampoco parece que haya nada objetivo que pueda llevarnos a pensarlo, pero la mente del protagonista es, no lo olvidemos, una mente enferma. Y, sin embargo, la ejecución de la sublime partitura le conduce a una suerte de euforia, inesperada en una situación que él describe como tensa al buscar las señales que evidencien las relaciones del violinista profesional y su mujer al piano. Y, como conclusión de ese sentimiento, y que puede ser una perfecta clausura de estas líneas, afirma lo siguiente: “¡Y qué cosa tan terrible la música en general! ¿Qué es? No comprendo. ¿Qué es la música? ¿Qué hace? ¿Por qué hace lo que hace? Se dice que la música influye en el alma para elevarla. ¡Tontería! ¡Mentira! Influye, sí, influye espantosamente (hablo por mi cuenta), pero no de una manera ennoblecedora. ... ni ennoblecedora ni envilecedora, sino de una manera irritante. ¿Cómo diría yo? La música me hace olvidar mi situación verdadera; me transporta a un estado que no es el mío, bajo su influjo me parece que siento lo que en realidad no siento, que comprendo lo que no comprendo, que puedo lo que no puedo”.
                                                                            José María García Pérez